viernes, 5 de febrero de 2010

La última virgen del planeta

Lena y Gabriela me tenían “asoleada” con esos temas de sexo. Difícilmente me podía zafar cuando se ensañaban conmigo…La inexperta, la pequeña, la ternurita con patas, la tímida…
He citado varias de sus conversaciones aquí, y aunque ahora, he visto personas de menos de 16 años darles la vuelta a las dos; unas dos generaciones antes, lo que ellas decían y compartían podía resultar bastante escandaloso, y más aún, su descaro. Porque, por increíble que pueda sonar, una de ellas, venía de una familia muy religiosa, y ella, en cierto modo, la seguía… en todos los temas, excepto sexo. La otra, venía de una familia de clase media alta, de una buena zona, y sus papás eran mucho más abiertos, así que bueno, no causaba tanta sorpresa, aunque, irónicamente, para hablar, era la más reservada de las dos, y no por pena, simplemente ni siquiera le daba tanta importancia.
Lena varias veces me invitó a fumar mariguana, pero (aunque ya la conocía), no era algo que ocupara mi atención. Gabriela no fumaba… excepto alguna vez en fiestas. Religiosa y atea, medio droga y sana, clase media y clase alta, compartían su nivel de experiencia.
Resultó que Irina y Diana, otras chicas del grupo de clases con las que a veces estábamos; y Lena y Gabriela, habían perdido la virginidad, todas, antes de los quine años, y en situaciones distintas. Con su nuevo novio, con un galán de una sola noche, con su novio de tiempo, y con un free. No es que estuviera mal, era simplemente algo que me sorprendía. Durante toda la prepa yo tuve la idea, que comenzaba a creer absurda, de que valía la pena esperar al “correcto”, y que no era gran diferencia si tenías 14 o 24 años, siempre que estuvieras segura, pero hablaban tanto de esos temas, sobre todo como anécdotas de vida, ya tan naturales y espontáneas, que me empezaba a sentir cada vez más fuera de lugar. No podía formar parte de esas pláticas y contar también mis anécdotas porque todas acababan en caricias tiernas y besos.
Ellas ya hablaban de dimensiones (tamaño), de si los chicos eran buenos o malos en la cama, de si sabían prenderlas o no, de cómo las acariciaban, y en un nivel gráfico que jamás hubiera imaginado, era como tener un programa de radio porno todo el día (si es que eso existe)… y para esos momentos, a duras penas yo sabía manejar la excitación.
Ese gran paso (sí, bien grande), sí me daba miedo, sabía que involucraba muchos cambios y nuevas responsabilidades en la vida, y una parte de mí me decía que esperara, pero por otro lado, el no poder compartir experiencias y quedarme callada, me hacía sentir absolutamente ridícula.
Para ese momento, cualquier cosa que viera en la televisión, en el cine o en las revistas, me remontaban inmediatamente a mi inexperiencia… y prácticamente todos los amigos que tenía, también de fuera de la escuela, aunque no fueran unos expertos, como las chicas de mi grupo, ya empezaban a disfrutar su vida sexual. Además la temática de la protección (condón), en esos tiempos estaba muy en boga, y casi todos los programas para adolescentes lo abordaban, las revistas estaban saturadas de consejos para el buen sexo, había anuncios de radio y de tele cada vez más subidos de tono… por no mencionar películas románticas que ya no culminaban su amor con un beso, sino con una noche de pasión. Así que con sólo el hecho de encender la televisión, recordaba mi tragedia. Sentía cada vez más que traía un letrero fosforescente en la espalda que decía “Virgen, especie en peligro de extinción”, y que sería un mata-pasiones para cualquier chico decirle mi cruda verdad, suponiendo que no leyera el letrero de mi espalda. Virgen… comenzaba a odiar esa palabra.
¡Pero no! ¡Las cosas empeoran! El colmo fue una vez, en una clase, con el salón lleno, que un maestro pidió que levantaran la mano los que ya no eran vírgenes… y después de ver tantos brazos arriba, replanteó la pregunta: “Levanten la mano los que –nunca- han tenido relaciones sexuales”. Fue horrible, porque teníamos que escribir algo al respecto así que no había manera de librarla… no podía escribir sobre algo que no conocía, o alzar la mano en el otro bando y luego escribir algo completamente diferente… y muy a mi pesar… dos mujeres (la fea y la mocha) alzaron la mano… y yo. Yo… Sí, yo. Quise que la tierra me tragara. Sentí que las miradas me comían, me devoraban, sentí que se reían, que empezaban a hablar a mis espaldas “¿Se enteraron de que esa chavita sigue siendo virgen?”. Creo ahora honestamente que estoy exagerando… 18 años cumplidos no era el fin del mundo… pero en ese momento lo fue… El peor día de todo ese año en la escuela. Llegué de malas a mi casa a tumbarme en mi cama y a tratar de olvidar que era la última virgen del mundo, aunque el letrero lo tuviera ya en todas las prendas de ropa, y con energía de 10,000 watts. No quería ni que la gente de la calle me viera.
Cuando me pude levantar, después de estar repelando horas completas, tomé el teléfono para hablar con amigos de la prepa que no había visto en un tiempo, con deseos de platicar y sacar el tema del sexo… para que me contaran en dónde y qué punto se encontraban… y poco a poco salía que ya tenían relaciones sexuales, uno, dos… cada vez más. Al final, todos habían salido del cascarón, excepto la amargada que nadie quería y nadie soportaba (mas que yo), y la gorda ¡La gorda! Al menos yo no era la única así como la única… pero ¿la gorda?
Estaba al mismo nivel de la amargada y de la gorda… ¡Gorda!. ¿Podía haber algo peor? Me fui al espejo… no… lo mío no era gordura. De hecho ¡por fin!, mi cuerpo empezaba a cambiar, mis senos estaban en su lugar, no eran grandes pero sí bonitos. Mi cintura era de 54 centímetros y tenía el abdomen marcado, mi piel de concurso… ¡Mínimo! Después de tener las curvas escondidas no sé cuántos años. ¡Pero al nivel de la gorda!
Comenzaron a llover pensamientos en mi cabeza. ¿Qué pasa conmigo? ¿Estoy fea? ¿Estoy amargada? ¿No soy lo suficientemente pasable para que alguien se acueste conmigo? Definitivamente yo ¡NO soy gorda! ¿Será que soy muy flaca? ¿Son muy miserables mis 42 kilos? ¡Si es cuerpo de ejercicio! ¿Si alguien se quiere acostar conmigo, seré capaz de decir que sí? ¿Qué pasa con el condón? ¡No sé usar un maldito condón! ¡No me atrevo a decirle a nadie más que soy virgen! ¡Tuve suficiente hoy en la escuela! ¡Nunca más! De aquí en adelante nadie sabrá si tengo o no tengo experiencia. ¡Primero muerta! ¿Y si mi epitafio dice “murió virgen”? ¿Pero cómo disimular en la cama que soy virgen en mi primera vez? ¡No se puede esconder el dolor! Me lleva el diablo… el diablo absoluto. Soy un fenómeno, alguien anormal… merezco estar en algún laboratorio como objeto de estudio. ¡Virgen! ¿Se me nota? ¿Se me notará al caminar? ¿Tengo mirada de virgen? ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!
Y así pasaron días… semanas…
Apenas tocaban el tan ya conocido tema de sexo en la escuela, mi semblante cambiaba y todo me remontaba a la clase de ese maldito maestro al que odié con toda mi alma… me enojaba.
Lo irónico del tema es que apenas uno o dos meses después de esa maldita clase, estaba besándome apasionadamente con alguien con quien salía, en su cama, sin padres en casa… él ya me había quitado la blusa y el bra y se dirigía al pantalón, y me preguntó “¿Quieres hacerlo?”, a lo que después de pensarlo unos segundos, respondí con absoluta certeza: “Aún no me siento lista, soy virgen”…
Después las chicas se enteraron y me lo condenaron... pero me "valió madres"...


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