Honestamente, en ese momento me quedé pensando, porque, aunque ahora creo que si te animas a probar esas mieles alguna vez, quedas sin duda entre alguno de los dos grupos, para ese momento… creo que 17 años, sí había un grupo para mí… los ilusos que no conocían su cuerpo, pero no me atreví a decir nada y sonreí, como para que pensara que yo era de los que se masturbaban, o de los mentirosos… pero no de un tercer grupo en peligro de extinción…
Antes de llegar con más ímpetu al tema… creo que es importante que resalte un poco el ambiente de la escuela… la uni. Estuve en una secundaria y una prepa bastante fresas, que si bien eran oficiales (sin contar la primera secundaria), estaban en una zona bastante tranquila, y así eran las familias de los alumnos, y a su vez los alumnos. No faltaban conocidos que tomaran o quién viviera la vida loca, pero eran las excepciones, ni siquiera los considerábamos parte del grupo. En la prepa todos mis amigos y las pocas amigas, eran niños de casa, que salían a fiestas en pocas ocasiones, y que no tenían ningún vicio, las chicas no eran novieras y los chicos tampoco, y todos estábamos tan adentrados en las actividades extra curriculares, que eso de andar con alguien, no era un tema que nos quitara el sueño. Tal vez en ocasiones hubiera algún chismecillo de besos pero era todo, porque nos gustaba más jugar, y estar todos juntos. Sin embargo, la universidad fue completamente diferente. Entré a la única facultad del país que en aquel año pedía examen obligatorio de SIDA y de adicciones… así que con ese simple hecho pueden hacerse una idea de lo descarriada que era. No era raro ver gente tomando cerveza dentro de la facultad, fumando tabaco, mariguana y hash dentro de los salones, encontrar baños cerrados con grititos dentro de alguna chica (y si te ponías muy listo podías ver cómo se adelantaba una pareja para atracar puertas), pequeños traficantes de coca y otras cosas que siempre se daban sus vueltas con ciertos conocidos del salón de clases, y gente que hablaba a diestra y siniestra de su vida sexual… tal vez algunos alardeaban, pero en general parecía que todo era verdad.
Mi grupo de amigas rápidamente se convirtió en Gabriela, Lena y María, en el que Lena y Gabriela eran más de dos años mayores que yo, y María, que era un año más joven, llevaba más de tres años con su novio. Así pues, la que pronto se volvió la inexperta en temas de sexo era yo. María sólo había estado con su novio, y era muy discreta, pero Lena y Gabriela, me contaban todas las cosas que habían hecho y deshecho para sus 20 y 23 años (y no eran ni remotamente las únicas de la clase que eran así)… y recuerdo la cara de sorpresa (gritando) de Lena cuando preguntó por primera vez “¿¡Eres virgen!?”, casi de desmayaba, por consiguiente, también yo. Así que, por primera vez en mi vida, me sentí extraña… como la única (y última) virgen del planeta, y ser virgen se convirtió en la excepción, y no la regla, a diferencia de la prepa.
No es que estuviera mal, pero aceptar ser virgen se convirtió en algo cada vez más difícil y más incómodo… en especial por reacciones como las de Lena… y más cuando llegaban a presumir lo que habían hecho en el fin de semana, o en una escapada entre clases en no-sé-qué-parte de la universidad.
En menos de seis meses de conocernos, Lena había tenido más de 4 aventuras, y aunque ahora me es imposible tomar partido o juzgar, en este momento, para mí eso sonaba como un número digno de récord.
Bien pues… empecé a salir con un chico, que no era de la escuela, y no estaba nada mal. Y de nuevo los fajes se abrieron paso. Él conocía bastante bien mis curvas (que cada vez tomaban más forma, así como mis músculos se torneaban cada vez más, porque para esa época, yo era –tal vez por el trauma de la prepa- una adicta al ejercicio y como mínimo, hacía 4 horas diarias), yo no tanto las de él, pero me defendía cada vez mejor.
El asunto es que si bien, no éramos novios, nos veíamos regularmente y por lo mismo, el contacto era cada vez más fuerte y más cercano, y yo cada vez reconocía mejor que me excitaba… aunque la excitación como tal todavía me daba un poco de miedo… tal vez porque no sabía culminarla ni manejarla, y fuera de ser placentera era una sensación un poco extraña.
El hombre en cuestión me gustaba mucho, era unos añitos mayor que yo… en aquella época él debe haber tenido 24, pero asombrosamente, pese a la diferencia de edad (y de experiencia), no me presionaba en lo más mínimo. Las cosas se iban dando, bastante bien y bastante cómodas para mí (ahora creo que para él no tanto y sólo evitaba que yo fuera a salir corriendo).
Un día, después de un domingo completo de estar juntos, en el que obviamente no pasó nada (y por “nada”, hablo de relaciones), regresé a casa a platicar por teléfono con Gabriela. Tal vez recuerden que por ahí del 98 aún no había celulares para la clase media, así que los chismes esperaban a la noche, en la que los amigos estuvieran en casa, para hablar un rato.
Después de un rato, él salió a tema… a dónde fuimos, qué hicimos, etc., porque con mi inexperiencia, mis pocas aventuras al respecto la mataban (y a las otras chicas) de curiosidad. Sus preguntas eran muy indiscretas para mis costumbres.
_. ¿Besa bien?
_. Sí.
_. ¿Se la agarraste? (Ella fue la que me aconsejó “agarrársela”)
_. …Sí...
_. ¿Está bien dotado?
_. …No sé…
_. ¡Flaca! ¿Cómo que no sabes?
_. ¡Pues es que no sé!
_. ¿Cuántos centímetros le echas?
_. ¡Gabriela! te juro que no sé.
Después vino un “Ash”, que sustituía un “Qué aburrida”, y cambiamos de tema, pero me aplaudió mi gran paso delante de “agarrársela”. Yo no sabía si hacer eso me había agradado o no, pero a él parecía no haberle disgustado, aunque no dijo gran cosa.
Así pues, Gabriela se inclinó a preguntarme cosas de si me gustaba lo que él me hacía, que si me tocaba los senos, las pompas, que si me metía los dedos y no sé qué tanto… le dije que todavía no tanto como lo último.
_. ¿Pero te gusta lo que te hace?
_. Sí, creo que sí.
_. Menos mal que sí. Es que si sabes qué te gusta es más fácil. Yo no puedo creer que haya mujeres que a los 18 años nunca se hayan tocado a ellas mismas. ¿Cómo van a saber lo que les gusta si no se conocen primero?
_. (Silencio incómodo)
_. ¿Flaca?
_. …Erm…
_. ¿Flaca?
_. (De nuevo silencio incómodo)
_. (Después de quedarse pensando) ¿¡Nunca te has masturbado!? (con un tono de sorpresa casi burlón y que se pudo oír hasta la frontera)
_. (Muy digna, después de recuperar el habla) …No…
Se debe haber tardado como cinco minutos en reaccionar con mi respuesta porque la siguiente parte de la conversación fue para volver a preguntar lo mismo como diez veces; por qué, como otras treinta; y decir “no mames” como ochenta. Después mi pena se convirtió en molestia y luego en un “no me estés chingando”. Con eso se calmó o al menos lo disimuló… y ya me preguntó lo mismo pero en un tono mucho más amistoso.
_. Flaca… si eventualmente te acuestas con este cuate, no vas a disfrutar la cama como se debe si no sabes lo que te gusta. Tienes que darte un chance primero para conocerte a ti misma. Además no me vayas a venir con pretextos pendejos, porque tú sabes que es hasta sano hacerlo.
_. Okei… igual me daba miedo conocerme.
_. Pues, yo creo.
_. Pero ¿cómo le hago?
_. (Suspiró y se dijo algo para ella misma) Voy a enseñar a una amiga a masturbarse… (Y me dijo a mí) Después de bañarte, enciérrate donde nadie te moleste. Respira hondo y piensa cómo te gustaría que te acariciara este chavo… que tu mano es su mano… toca todo tu cuerpo, despacio, y vas a ver cómo después de un rato de explorarte… tienes un orgasmo, tienes que tener paciencia, ir reconociendo, ir viendo qué te gusta más de lo que te haces. Sin prisa.
_. (Duda) ¿Cómo reconozco un orgasmo?
_. Vas a reconocerlo, eso es un hecho.
Colgamos… y esa noche… muy resignada me fui a hacer mi “tarea”. Y no, no tuve un orgasmo, pero me atreví a tocar, masajear y explorar partes de mí, que al tacto no conocía. Eso se sintió bien. No me sentí culpable y eso estuvo también bien porque no hay por qué sentir culpa, pero hago éste hincapié porque alguna vez alguien sí ha demostrado sentirse menos o “pecador” por hacerlo. Tal vez la tensión de saber si lo estaba haciendo bien me impedía llegar al clímax… tal vez era el hecho de no conocer esas sensaciones, pero me gustó. Y habrán sido dos o tres días de práctica… pero al final ¡ocurrió!
Y ésta parte va para las chicas: lo mejor que puede pasarte es que tu primer orgasmo te lo regales tú misma, porque es más difícil que confundas el placer físico que puedes tener con tu cuerpo, si estás con alguien más, dándole crédito a alguien por algo que está puramente en ti, y el primer orgasmo es tan extrañamente intenso, que si se lo adjudicas a alguien más, no sería difícil confundir sentimientos con sensaciones.
Con esta pequeña experiencia que al principio me hizo entrar en el grupo de los mentirosos, como era de esperarse, y luego en el grupo de los que se masturban, me di cuenta de que no hay fórmulas exactas, puedes tener miles de orgasmos distintos, de distintas maneras, acariciar distintas zonas, jugar con los dedos, con la presión, y no sólo en los órganos sexuales, sino también dándole importancia a otras zonas de tu cuerpo… además es un acto de amor a ti mismo si lo ves como un cariñito que tú te estás haciendo. Y sí… si en efecto te conoces… el saber lo que te puede esperar con alguien más (agregando el condimento de la química, la atracción física y en ocasiones de los sentimientos) es increíble.
Después de ese día… vi que Gabriela en verdad tenía razón en cuanto a los que se masturban y los mentirosos, y años después, tuve exactamente la misma conversación con una amiga, más joven que yo…
Ventajas de masturbarse:
-. Cada orgasmo es bueno para el corazón
-. Permite conocer tu cuerpo más a fondo
-. No necesitas pareja para disfrutar del sexo
-. No hay riesgos de embarazos no deseados ni enfermedades de transmisión sexual
-. Alivia tensión
-. Quema calorías (¡sí!)
-. Fortalece los músculos de los muslos, pelvis y a veces hasta abdomen
-. El orgasmo genera muchísimas endorfinas y serotonina, así que te pones de buen humor, y los orgasmos tienen miles de funciones benignas para el cuerpo