viernes, 22 de enero de 2010

Y empieza el contacto físico

Bueno… ya había habido besos, más de uno, con más de un chico, algunos “príncipes”, otros no tanto. Ya tenía mi periodo regularmente, ya de pronto alguna mirada (aunque fueran las menos) se dirigían a mí y no a mi amiga de clases de cuerpo perfecto, cabello largo y sonrisa de concurso. A ella realmente no le tenía envidia, nunca se la tuve, porque finalmente aunque tenía el sex appeal que tal vez yo querría y la boca carnosa que como que pedía besos a gritos, jamás (que yo recuerde) fue capaz de sostener una conversación profunda (con los estándares de “profundo” que se pueden tener en preparatoria), y porque si bien había coleccionado a sus 16 años novios, ninguno la había hecho feliz, además de que basaba todas las relaciones con el sexo opuesto en su aspecto. Sin embargo, para qué negarlo, ella me ayudó mucho a confiar en mí, en mi cuerpo, en mi carisma y obviamente, en mi cerebro. Así que echándole un poquito de ganas al aspecto físico, maquillaje (que ella me enseñó cómo ponerme), y a mi capacidad de entablar conversaciones sobre casi cualquier tema (excepto novios, obviamente), poco a poco iba saliendo del caparazón.
En esas andaba cuando por otro lado, mi mejor amiga, que no iba en mi escuela, me invitó a casa de sus abuelos, me parece, en un pequeño pueblo de Hidalgo, para festejar el cumpleaños de su hermano, y más chicos de nuestra edad irían. El permiso fue difícil de negociar porque creo que mi mamá pensaba (ilusamente) que yo era una máquina provocadora de deseos sexuales (todas las mamás creen que sus hijos son perfectos), o que seguramente me embriagaría… pero para esos años, si bien probaba la cerveza, no pasaba a mayores.
Bueno, llegamos a la casa, y ahí, me explicaron que todos sus amigos se quedarían en un lugar para acampar como a diez kilómetros, así que como era temprano, podíamos ir, pasar con ellos el resto del día y regresar a dormir en una cama calientita.
Puede parecer lo contrario, pero cuando estoy entre pura gente que no conozco, me sale el lado tímido, y me cuesta trabajo desenvolverme, aún a mis 28, a diferencia de cuando estoy con mi círculo de amigos. Así que al llegar, y encontrarme chicos que iban desde nuestra edad hasta los 22 años, que para mí se oía a toda una vida de experiencia, prácticamente me quedé muda. Se sentaron bajo un cobertizo al aire libre a platicar de todo, a tomar cerveza, a jugar botella de besos (en la que yo no participé, pues como dije, apenas estaba en proceso de salir del caparazón, pero todavía me faltaba mucho), y a hacer cualquier cosa que los adolescentes hagan. De pronto algún alma caritativa me preguntaba algo a mí y yo contestaba, pero nada más. Poco a poco me fui soltando e integrando al grupo y me sentí más relajada, y la tarde fluyó bien, tan bien que no nos dimos cuenta de que ya era de noche, hasta que se soltó un aguacero de esos memorables y mi amiga dijo “ya no podemos subir a casa de mis abuelos, ya no hay camiones”. Yo me quedé pasmada. Nunca había dormido a la intemperie, menos sin sleeping bag, y sin tienda de campaña, y lo más parecido a un lugar dónde dormir era un cobertizo con una pequeña división aparte, como un cuartucho de tres paredes. Honestamente me habría puesto como fiera, pero me daba pena hacer un numerito frente a tantos desconocidos.
Así pues, la noche siguió su camino y por cosas del destino (que ahora entiendo que no son tan del destino), un chico que ella conocía se quedó platicando con ella y otro, amigo de éste, conmigo, y tampoco traían casa de campaña, pero uno sí tenía un sleeping. Los dos me cayeron bien, ninguno era la persona más agraciada del mundo, pero en esos momentos tampoco yo.
Después de que un chico se embriagó y se echó a correr por el bosque y todos tuvimos que salir a buscarlo (yo no sabía que había borrachos mala-copa), y que obviamente quedamos empapados hasta los huesos ya que lo encontramos… regresamos a nuestro intento de refugio, con la diferencia de que yo estaba temblando y a punto de llorar por el frío, la lluvia y no tener una cama. Los dos chicos nos dijeron que nos fuéramos al cuartucho, y el que llevaba el sleeping lo sacó para que todos nos tapáramos.
Con el pretexto de ayudarme a entrar en calor, mi “acompañante”, evidentemente me abrazó. Bueno… entre la lluvia que azotaba contra el techo de creo que tejas como si se fuera a caer, los truenos, el aire que entraba porque el cuartucho que estaba completamente expuesto, un sleeping que apenas tapaba a cuatro, y la luz ya apagada, que al estar en bosque no dejaba ver absolutamente nada… después de un rato, en el que se me bajó el berrinche, como si me oyera… empecé a sentir unas manos que misteriosamente no estaban frías, primero sobre mi ropa… y que creo que por el frío no rechacé, poco a poco, fueron pasando bajo mi blusa y mi cintura, mientras su cara se pegaba cada vez más a la mía. Mejilla con mejilla, besos en la mejilla, en la frente, y pronto en los labios. De nuevo, pensando en frío, no sé si hubiera aceptado en otras condiciones sus caricias (porque no le correspondí, excepto en los besos, entre los nervios, el frío, y el berrinche), pero tampoco supe o quise decir que no. Honestamente no lo sé, porque tengo muy clara esa noche y no sentí (por triste que se lea) ninguna excitación. Sin embargo, tampoco se sentía mal.
En fin, fue la primera vez que sentí unas manos sobre mis senos desnudos, en la entrepierna, en la cintura, en la espalda, y el cuerpo de alguien más tan endemoniadamente cerca. No sabía si me gustaba o no, pero sabiendo yo que eso que pasaba era completamente normal, me di la oportunidad de seguir sintiendo, aunque la idea de tocarlo yo a él, en ese momento me incomodaba. Obviamente no le dije que eso nunca había pasado antes en mi vida… la idea de quedar como una idiota me seguía molestando (Aunque de todos modos lo debe haber pensado, siendo sinceros… lo que es tanto motivo de quejas de parte de los hombres. En palabras de un amigo “no hay nada peor, más frustrante y más mata-pasiones que estar moviendo cielo, mar y tierra con una vieja, y que se quede tiesa, como muñeca inflable, que no haga nada”; que más adelante escuché de muchos otros más amigos). Así que el chico en cuestión, debe haber pensado en efecto que era mi primera vez haciendo eso (o que alguien me hacía eso), que era frígida, o que era una estúpida… y ninguna de las tres me habría hecho gracia en ese momento… ahora hasta me río…seguramente si hubiera habido luz y hubiera visto mi cara entre asustada, nerviosa y queriendo hacer como que no era así, se habría muero de risa, y de nuevo me cuesta trabajo concebir todas las cosas estúpidas que le pasan a uno por la cabeza cuando es adolescente.
Después de un rato en esos menesteres, en los que no sé si el cansancio nos ganó, o se desesperó, o tuvo lo que quería que habría sido sencillamente tocarme, nos quedamos dormidos.
Al día siguiente volvimos a casa de los abuelos de mi amiga, a donde más tarde llegaron los chicos. Me sentí rara a lado de éste, pero no mal. Diferente… no quería que me tocara de nuevo.
Lo único que entendí en ese momento, comparando los besos con el príncipe, es que si no me acababa de gustar alguien, los besos o caricias que me hicieran, definitivamente no me sabrían igual… traducido: no me prenderían. Así que… el consejo de hoy, para las chicas, es que si de plano el chico les cae bien pero no sienten química, no se hagan tontas, porque así sea un Valentino, se caiga de bueno, exhale feromonas y mensajes subliminales de “cumpliré todas tus fantasías”, no van a sentir cosquillitas en ninguna de las bases del juego (besos, faje, sexo oral, acostón, o lo que quieran), y chicos… pues… hablando por mí, si una chica ni siquiera los abraza cuando tratan de sacar sus mejores “dotes”… mejor ni le muevan, tal vez le falte carácter como a mí en ese momento para decir que no… a menos claro, que la chica no sepa ni qué onda o de plano no le de ganas seguir el juego… que es raro, pero pasa.
Por no decir que no, no me arrepiento, no me la pasé mal, pero tampoco lo disfruté, lo que sí, que es un dato muy importante, fue que me di cuenta de que con un encuentro así, no pasaba absolutamente nada. Nadie se embaraza, a nadie le salen barros, a nadie se les cae los dientes, o lo que quieran… un paso muy importante en la vida de todos los adolescentes (aunque en muchos fue antes que en mi caso), es perderle el miedo al contacto físico, experimentarlo, ver que en efecto no pasa nada.
Pero bueno… de nuevo, a partir de aquí, empieza una nueva etapa… Una etapa de contactos poco o mucho más arriesgados… que eventualmente suben de temperatura… y que se habría retrasado más si no me daba la oportunidad de sentir, experimentar y de constar en carne propia, que ese tipo de contacto físico tampoco te quema… y que con un poco de práctica y paciencia, acaba sintiéndose genial (inclusive antes de empezar la vida sexual).

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miércoles, 20 de enero de 2010

Hay que relacionar la autoestima con el sexo... desde el principio

Y el principio son los besos, las miradas, la excitación, las caricias "inocentes", los toqueteos...
Digan lo que digan, la autoestima está íntimamente ligada con el sexo. Tal vez no del sexo como tal, pero sí de poder conseguir a la persona que a ti te guste. O de que en su defecto, te convenzan a ti.
El asunto es que si una niña de 15 o 16 años que no es muy agraciada físicamente, además tiene síndrome de hija única (consentida, caprichosa, y por lo mismo, hace un poco complicadas sus relaciones sociales en general), y ésto junto a todos sus deseos de encontrar a un hombre perfecto (con el estándar que esto tiene), pero a la vez con los defectos (y complejos) que ella tiene, dicha misión se vuelve muy difícil.
Ya hablamos de los 16 años en los que había logrado alcanzar los 38 kilos de peso (cuatro kilos en mi caso era como si alguien gordo bajara veinte), y que gracias a una amiga de la escuela, había aprendido a medianamente arreglarme… no para embellecerme, pero sí para sacar un poco de partido a mis pocos atributos… que creo yo que eran el cabello, los ojos, la cintura y la piel, y a dejar de ocultar mi femineidad… aún estaba en pasos accidentados y lejanos de mi primer novio o relación sexual (o ambas, porque no siempre van de la mano).
Para esta edad… después del “trauma” de inicio de la preparatoria, incluyendo algunos apodos que no pienso repetir aquí, ya era una experta… no me daba miedo caminar por la escuela, hasta las lejanas canchas, ni tampoco juntarme en su mayoría con chicos (porque inclusive desde esa edad, para qué hacerme pato, nunca le he caído bien a las mujeres), y después de algunos besos con el príncipe, que provocó que en efecto creyera que alguien que no midiera medio metro y fuera de Plutón pudiera fijarse en mí, al menos mi semblante había cambiado. Caminaba derecha, sonreía cuando alguien me miraba, y me costaba menos trabajo hacer amigos. Entre ellos Fernando y Daniel. Los dos en actividades extracurriculares como yo, que eran perfectas para que coincidiéramos y después nos fuéramos a comer papas, a tirarnos como lagartijas al sol, o a pasar el rato hablando de tonterías. Uno, con hermosos ojos azules… y el otro, el más popular de la escuela, alto, escultural, con mirada de niño travieso, que con una mirada, tenía de cabeza a todas las niñas. Con el primero… había un problema… mis amigos podían darse cuenta de que me gustaba y mi “seguridad” no daba tanto aún como para aguantar chismes… con el otro, el problema precisamente era que toda la escuela estaba de cabeza por él… volar muy alto. Así que me resigné a que sólo sería amiga de los dos. Amiga, pero con esos ojitos azules, o con los abrazos jugando del otro, pues nadie podía quejarse, y seguía siendo la envidia de más de una.
Resultó que con el primero, la inseguridad me ganó y antes de que se notara que me ponía a tartamudear en su presencia, decidí distanciarme lo suficiente como para controlar mi estúpido lenguaje corporal, y con el segundo, una pelea estúpida fue la que se encargó de separarnos.
El tiempo pasó, los dos dejaron de traerme como estúpida, y me reincorporé a sus vidas, de nuevo, como amiga. Ya cuando pude controlar mi risa infundada, el color rojo de mis mejillas y las manos sudorosas, pude de nuevo platicar con Fernando… meses después de que (aunque me esforcé en ocultarlo) fuera comidilla que “nos” gustábamos.
Un día nos encontrábamos esperando a que salieran otros amigos de clase para ir a no-sé-dónde, y la plática llevó a cómo nos conocimos, y a cómo comenzamos a tratarnos… de pronto, después de intercambiar algunas oraciones, se quedó pensativo y mirando al aire dijo algo que necesito transcribir “Me acuerdo cómo hacías perfecto lo que la maestra te pedía… tu memoria, cómo te gustaba la actividad extracurricular y siempre llegabas de buen humor… me deslumbraste, pero como pensé que yo nunca te gustaría, mejor me alejé”. Sobra decir que me quedé completamente muda, que no supe qué decir y que tuve sentimientos encontrados… entre que por aquellas fechas él me traía a mí exactamente igual, y que era la primera vez en mi vida que alguien me decía algo medianamente parecido… no dije nada, y salieron los amigos que esperábamos.
Poco después, Daniel se hizo amigo de Alejandra, una de mis mejores amigas, y ahora ellos eran los que andaban de uña y mugre por toda la escuela. Un día llegó Alejandra muy seria para decirme que tenía un “chismesote”. El chisme fue tan relevante que de nuevo me atrevo a transcribirlo: “¿Te acuerdas que Daniel y tú se la pasaban juntos todo el día, en los talleres, en las canchas y comiendo? ¿Ves el día que se pelearon porque creíste que no te estaba diciendo la verdad sobre… ? Ese día él te iba a pedir que fueras su novia… me lo acaba de contar”. La sorpresa con él fue mucho más grande que con Fernando, que a fin de cuentas, aunque tenía los ojitos azules era “más normal”. ¡Daniel era el más guapo y sexy de toda la escuela! No acababa de creerlo, no por ella, sino por mí. La fuente era confiable y súbitamente entendí por qué su molestia exagerada cuando discutimos. Evidentemente me dolió mucho que por algo estúpido eso no ocurriera pero por otro lado la gran interrogante estaba en mi cabeza: ¿Yooooooooooooo? Más sabiendo que había niñas en verdad lindas que se morían por él. Lindas, femeninas, con curvas, buenas (hablando del cuerpo) y que podía tener de novia a quien se le viniera en gana.
Llegué enojada a casa ese día pensando cómo perdí esa oportunidad (de la que yo no había sabido nada hasta ese día), pero después de meses de pegarle a las almohadas, me cayó un veinte muy importante… a los dos les gusté por ser yo. Por no andar preocupándome por cómo me veía o lo que decía frente a ellos, ni de si mi personalidad era muy freak o no… Tal vez mi resignación a que nunca me harían caso me hizo mostrarme sin tapujos, me permitió escucharlos y acercarme a ellos.
El caso con ellos es que no fue que no fuera femenina o estuviera buena… sino que la idea de ser amiga suya me hizo acercarme a ellos con tranquilidad, sin deseos de impresionar o de quedar bien, y eso permitió que todo fluyera de manera natural. Que se dieran el tiempo de conocerme, así como yo me di el tiempo de conocerlos.
Así que bueno… resultó que al final… uno (hombre o mujer) sí puede tener a la persona que quiera, aunque en mi caso esto no haya aplicado del todo. Y cuando te das cuenta… y tienes menos miedo de mostrarte como eres, y te atreves a hacer a un lado tus inseguridades, algo pasa, pero la gente voltea a verte, se pregunta quién eres, qué te gusta, por qué caminas como lo haces, así peses 38 kilos, tengas un satélite en la boca y te guste música que poca gente escucha. Y cuando te das cuenta de todo el potencial que tienes dentro… también se va asomando tu sex appeal… eres capaz de besar, de ser besado, de sentirte bien haciéndolo… y de fomentar que te toquen… tal vez apenas un hombro, la cintura, el cabello, pero éstos son igual, los primeros pasos para el contacto físico un poco más “agresivo”, tal vez un faje (peeting) o relaciones sexuales. Y entre menos te da miedo recibir esos cariñitos, caricias, apapachos, es más fácil que lo que sigue venga naturalmente.
Por ende, mientras más seguro esté uno de sí mismo y de lo que puede conseguir, lo demás va cayendo por su propio peso… y desde ese momento, comencé a confiar un poco más en mi potencial, y en que en efecto podía ser que tal vez, yo tuviera “algo”.
Esta entrada no es meramente sexual… pero en verdad, sobre todo para los lectores jóvenes, me pareció un paréntesis importante, para que se den cuenta de que (aunque no se lo crean a sus papás), todo está en la mente, y en la misma mente estará en su momento disfrutar y tener una vida sexual plena... a la que eventualmente iré llegando en este blog.

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lunes, 18 de enero de 2010

¿Con o sin lengua?

Definitivamente no hay reglas en cuanto a lo que es primero. Si la primera regla o el primer beso, y si el primer beso es con lengua o sin lengua. En mi caso, primero me bajó, luego vi que aunque pobres, mis senos y cadera se ensanchaban (muy lentamente), y luego de ahí… poco a poco comencé a romper el hielo con los chicos.
La culpa la tiene Disney. Pensaba (y aunque me cueste trabajo aceptarlo: quería) que mi primer novio fuera como el príncipe Felipe, o como Erick, el de la sirenita, de perdida: guapísimo, valiente, protector, inteligente, sensible, caballeroso, simpático y romántico... entre otras “pequeñas” cosillas. Así que en la prepa… además de que mi rezago de desarrollo era evidente en comparación con cualquier niña de mi salón, obviamente también lo era para tratar al sexo opuesto, y no digamos para comprender que Felipe y Erick no existen y que debieron en su momento ser la creación de una niña-en-vías-de-ser-mujer igual de desubicada que yo. Así que bueno… pensaba que el primer gran amor (e ingenuamente que el único), debería de cumplir todos esos requisitos y que todo nuestro amor se sellaría por siempre en un hermoso beso en un atardecer a lado de un lago con la luna de testigo… o bueno, de menos con un beso. Pero… ¡oh problema! ¿Cómo sabría besarlo de vuelta? En aquellas épocas, lamentando decepcionar a los caballeros, las niñas no practicaban los besos con las niñas… y las películas sólo me asustaban porque todos los besos eran apasionados, con ella inclinando un poco hacia atrás su cabeza, con los ojos cerrados y rodeando con sus brazos al apuesto príncipe, quien tomaba apasionadamente la cintura de la damisela, se inclinaba hacia ella y cerraba los ojos, acompañado todo de un movimiento de mejillas bastante complicado, que a mi parecer incluía una especie de masaje labial y acrobacias con la lengua… sin olvidar que cada uno mecía la cabeza hacia el lado opuesto. Parecía toda una coreografía de ballet de las más complicadas… sin ensayo previo. Ya me veía yo con un Felipe a punto de besarme y decirle “¿podemos ensayar primero?”, o “¿Me explicas la teoría?”… pero ¡NO! Jamás se dice ni dices que no sabes besar y que no te han besado antes. ¿Quieres quedar como la niña tonta a la que nadie le hace caso o sin experiencia? ¿Qué pasaría si a tus longevísimos quince años alguien se entera que lo único que has hecho con pseudo-novios (de diez, once, o doce años) han sido besitos de piquito? Y como los besos entre los padres ¡jamás! nos resultan atractivos… eso de preguntarles la ciencia y el arte de besar termina siendo hasta repugnante…
Y falta otro problema de mencionar…¡mis frenos! Mi boca hubiera podido ser un excelente satélite para la compañía de celulares más grande del país sin problema alguno. ¿Qué tal si le arañaba los preciosos labios a Erick? ¿Qué tal si me acercaba con mucha brusquedad y lo golpeaba? ¿Qué tal si me cortaba yo?
A los doce años, más o menos, una amiga me dijo que a su hermana mayor (a eso de los 14) le habían dado su primer beso y que el chico le metió la lengua a su boca. En ese momento me dio asco, me pareció asqueroso… y para colmo pensé que todos, absolutamente todos los besos eran así.
Bueno… pues el príncipe no estaba en mi escuela… todos tenían un defecto (es irónico cómo los defectos del “otro” son los que cuentan, sin importar todos los tuyos, o tus complejos), así el defecto fueran sus amigos, un promedio perfecto (sobre todo si el tuyo no lo es), o que es muy callado, o muy extrovertido. No… no había príncipes en la escuela. Y el uno y otro que parecían tener potencial de príncipes, obviamente tenían novia, que sí tenía senos, pompas, cintura, y se maquillaba (y peor aún: sabía maquillarse). Así que la opción, según mi mejor amiga y yo, fue conocer gente… en fiestas. Y sí… conocer a Felipe en una fiesta suena completa y ridículamente absurdo, pero esas eran mis ideas románticas. Espero que alguna lectora pueda hacerme sentir que no fui la única así de perdida.
No me había animado… pero déjenme describirme a mis aborrecentes quince años. Y es porque es un buen paréntesis para el siguiente párrafo. No tenía anemia, anorexia ni bulimia (porque era de mal gusto estar flaco, la onda era estar “buena”, y pesaba unos pobres y miserables 34 kilos… aunque no me lo crean. El peso de un niño de 10 años. Me habían zampado cuantas vitaminas y dietas existieran, pero no servían para un carajo, ni un gramo… y después de exámenes, resultó que ni bichos ni problemas hormonales, pero esos 34 kilos con la estatura que tengo desde aquel entonces, tal vez 4 centímetros menos, pero seguro ya pasaba el 1.55. Pueden entonces adivinar mi hermosa carencia de curvas… Tenía la piel tan blanca… mala herencia europea, que en lugar de verme exótica, me daba un aire enfermo, calavérico, y más en combinación con mi peso. Obviamente se me veían los pies y las manos grandes. Tenía pecas… (que por suerte ya se fueron), y usaba braquets (con súper sexy ligas de colores), y frenos de caballo, pero esos, obviamente, no me los llevaba a la escuela. Toda una belleza.
Bueno pues… para no hacer el cuento largo vamos a las soluciones desesperadas. Resultó que con unos jeans súper ajustados (que creo que me trajeron del Gabacho), una blusa ombliguera (que creo que era talla infantil), un bra push-up (para apretar y por consiguiente que se te vean más los senos), y botas (para que no se me vieran los pies flacuchos y grandes), además, obviamente, de unas dos horas de maquillaje: ojos, boca, pómulos, etc., lograba verme de 16 años. ¡De mi edad! Todo un descubrimiento. Mi amiga me hizo ver que (aunque en pequeña proporción) tenía lo que tenía que tener, y que con algo de maquillaje… éste podía hacer maravillas (sigo pensando en eso aunque normalmente no lo admito). Así que bueno… con tantos trucos, resultó que en el espejo, ya no era tan fea ni un fenómeno… y que tal vez, el príncipe sí podría hacerme caso.
Y bueno, en una fiesta, en la que no conocía absolutamente nadie… por cosas del destino, me animé a retar miradas una y otra vez con un posible príncipe… muy como es mi gusto, y ese sí me lo reservo, pero el muchachón no estaba de nada mal ver. En condiciones normales jamás lo habría hecho, pero como iba “disfrazada”, me sentía mucho más libre, como que actuaba a ser alguien mayor por una noche, mayor, con mejores formas, más segura, y sexy. Y bueno… casi me desmayo cuando después de un rato, se me perdió de vista el príncipe, y que apenas volteo a mi izquierda para buscar a mi amiga lo tengo de pie a lado mío, sonriéndome. Bendito maquillaje. Ocultó que me puse yo creo que hasta verde. Y más encantador resultó cuando me enteré de que no tenía 15 ni 16. ¡Tenía 19! Una cosa llevó a la otra, estuvimos platicando… de las tonterías que uno platica a esa edad, bailando, cantando y haciendo todo lo que hace uno por lucirse (claro: sin exponerse a hacer el ridículo). Después de un rato nos sentamos… y recargué mi cabeza en sus piernas… de hecho tratando de evitar ese primer encuentro, pero cuando volteo para verlo… sus labios estaban textualmente encima de los míos, pero su lengua no estaba en su boca… y ¡yo no supe que hacer! ¿Abro más la boca? ¿La cierro? ¿Me pongo tiesa, me relajo? ¿Qué demonios hago? Por inercia traté de hacerme para atrás, pero con la cabeza en sus piernas, me resultaba difícil. Aún no recuerdo qué hice con mis manos… o si hice algo, en primera. Cuando la incomodidad, no por el beso en sí, sino por estar haciendo yo el ridículo me venció… cerré un poco la boca, dándole un ligero mordisco en la lengua, que creo que no lo lastimó, pero en efecto sirvió para que se separara. Y me sentí como nueva… porque no me vio con cara de “eres pésima besando” (aunque si yo fuera él, honestamente habría pensado eso), y descansé del miedo al ridículo… además de tener una boca que ya ¡sabía lo que era un beso!
No sabía si habría otra… pero para mí (esa noche) él sí fue un príncipe, y aunque de mi parte fue patético, si fue un genial primer beso. Y bueno… en aquello de la teoría… la práctica hace al maestro.
Sigo pensando en que pese a mi “arreglo”, yo no era para tanto… pero el asunto es que por primera vez, alguien que me gustaba, también sentía interés por mí… y lo sostengo porque después de eso, salimos un par de veces (aunque ni yo lo creyera), pero como dice Michael Ende… eso es otra historia y será contada en otra ocasión.

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La primera regla... o cuando te baja

Obviamente, si hablo de que siempre fui la más bajita y delgada de toda la primaria y secundaria… no podemos sospechar ni remotamente que haya sido la primera en tener el período. Era bastante incómodo cuando las niñas (porque, si recordamos, en la secundaria, las niñas en su mayoría se juntan con niñas y los niños con niños), con las que pasaba el día, hablaban de sus días, de cólicos, de si se les notaba la toalla sanitaria, de si manchaban su falda o no, y que yo no tuviera ni idea al respecto.
Sabía que eso pasaría eventualmente, pero, tal como los senos en la primaria, que no se me desarrollaban (y que en la secundaria seguían muy pobres), pensaba que a los 35 años iba a ser estudiada por científicos como la niña a la que nunca le bajó. Carente de curvas, completamente inactractiva para el sexo opuesto, bastante insegura por mis no-curvas, mi no-regla y por mi tamaño, pues, como siempre me asociaban con algún cerebrito que entró a los 9 o 10 años a secundaria, me trataban más bien como la mascota, o alguien a quien tenían que cuidar, mucho menor que ellos, cosa que distaba mucho de la realidad, y que yo odiaba. No me sentía una mujer, ni en camino a serlo, y de la misma manera sentía que nunca sería atractiva para nadie, aunque pensando esto más a fondo, no sería tan grave porque con aquello de los besos y cosas que hacían los de tercero… me daba cuenta de que a los pocos niños que me gustaban, me gustaba verlos… nada más. Es evidente que si alguno me llegaba a abrazar (jugando), mi reacción fuera ante todo de incomodidad, pero por no entender ni saber manejar las funciones de mi cuerpo, todos esos instintos tan asociados al coqueteo y al final (aunque no lo practiquemos hasta después), al sexo.
Finalmente, entre todas esas cosas que absorbían mi existencia, y que trataba de no pensar en ellas jugando en el parque, en la bicicleta o como fuera, para no enfrentar mi “cruel” realidad, un día llegué a casa y sí tenía la ropa interior sucia. Pero… ¿qué significaba? ¿ya no era una niña? ¿ya no iba a estar bien que viera caricaturas y jugara con juguetes? ¿me tendría que vestir diferente? ¿usar maquillaje? ¿depilarme las cejas? ¡NOOOOOO! Quería crecer pero no quería dejar de ser yo. Y esa idea me pareció tan aterradora que me puse a llorar como estúpida. Dejar de ser uno mismo… sería tan estúpido como cambiar de sexo por un corte de cabello… pero sí, era aterrador… Tanto que no le dije a mi mamá hasta el tercer día. Por suerte alguna vez en la escuela nos regalaron toallas sanitarias, que en ese momento tampoco era suerte porque ¡era una vergüenza cargar el paquetito frente a los niños! Ni siquiera recuerdo que hayan molestado a alguna niña por eso, pero en nuestra mente, así era. Esa vez no tuve que pasar por el terror de la tienda para comprar toallas. Resultó después… que no me volvió a bajar hasta seis meses después… entonces ¿por qué sangré? ¿tengo un tumor? ¿me voy a morir? ¿estoy enferma? ¿sólo me va a bajar una vez en la vida y seguiré siendo un fenómeno? ¿qué será de mí? Dudas… más dudas. La idea de un tumor, o de tener un aparato reproductor disfuncional me asustó y preocupó tanto que ni siquiera le dije a mi mamá que no me había vuelto a bajar. ¡A nadie!
Algunos años después, leyendo, resultó que en algunos casos, como los ovarios apenas comienzan a funcionar, es completamente normal que las primeras veces sean esporádicas… pero en ese momento no lo era. Y tampoco quería preguntar… porque por alguna extraña razón, a la mayoría de las niñas, los cambios relacionados con su cuerpo las apenan. Ahora entiendo que mi infundada vergüenza igual era normal. También sabría que a las niñas que les crecían los senos (no como a mí), les daba pena mostrarlos y usar brassiere, y también sabría que a algunas otras niñas les pasó lo mismo que a mí con la regla… pero si no a todas, a la gran mayoría les causaba incomodidad hablar del tamaño de sus senos, del tamaño de sus caderas y sus pompas, de la frecuencia y flujo de su período, de marcas de toallas sanitarias, de el uso de brassiere y otro tipo de ropa interior, más ajustada, para que la toalla se quede donde va, y ya no digamos de tampones, que a la fecha siguen siendo un tema controversial para muchas chicas… algunas hasta piensan que por usarlos perderán la virginidad…
Y bueno, falta el terror de ir a comprar las toallas sanitarias. Pedirlas en la farmacia a una señora o a un muchacho, es lo peor que te puede pasar. Es difícil sostenerles la mirada, o pedir lo que tienes que pedir (que después llega a suceder con los condones). Y en el súper… te formas media hora para que te atienda una cajera, y justo cuando te toca a ti, hacen corte de caja y entonces toma la máquina registradora un muchacho. No te ve, no le importa, pero sientes que su mirada va directo a las toallas sanitarias y luego a ti, que las escudriña y te escudriña, y luego que con la mirada te pregunta si es la marca adecuada, hace cuánto te bajó y qué se siente… Y tomas tu bolsa y sales corriendo pensando “¡No te importa! ¡No te importa!”, como si te oyera…
Así que no hay para dónde con las dudas… si tienes cadera no quieres tenerla porque te sientes incómoda con las primeras miradas de los chicos… si no tienes cadera, envidias a quienes la tienen porque no atraes la mirada de los chicos. Si tienes senos, no quieres que te los vean, si no tienes, los envidias. Si te baja antes de la edad normal (11-13 años), sientes que se te quitó un cacho de infancia y te sientes fuera de lugar hasta en tu salón de primaria, si no te baja, sientes que no te bajará nunca y que eres un fenómeno. Si usas ropa interior “sexy”, sientes que no es propia para ti, te sientes incómoda; si usas ropa interior de niña, te sientes estúpida…
Años después entendí que en cualquiera de los casos me habría sentido igual de extraña y tan fuera de lugar que como me sentí.

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Las primeras incomodidades de los tabúes en el sexo

Los primeros pasos: el despertar
Tengo 28 años, de los cuales, como es de suponerse, viviendo en la ciudad más grande del mundo, más de diez años conociendo esos asuntos del sexo, y del sexo opuesto… Hay tantos temas, tantos tabúes, tantas dudas que achacan a ambos géneros… que, aunque no es mi intención resolverlas, pues, de todas ellas, desconozco la mayor parte de las respuestas, sí es mi intención compartir muchas aventuras, esperando que más de uno se identifique conmigo.
Que si el tamaño del pene, fingir los orgasmos, las feromonas, las señales que mandamos, el tamaño de los senos, el periodo, la fertilidad, el sex appeal… todo se resume a algo muy básico, todo: los instintos.
No nacimos para estar solos, y en nuestro deseo de trascender, de encontrar a alguien, o (peor aún), de preservar la especie, todos los asuntos relacionados con el sexo, hacen una cadena de interrogantes, de preocupaciones, y de relaciones humanas meramente tortuosas que difícilmente se resuelve.
Cuando estamos en secundaria, cuando aceptas que alguien te gusta, es una noticia que es digna de salir en “Ventaneando”, en lugar de asumirlo nada más, y de que tus compañeros te dejen de estar moliendo. Y bueno, si te tocan la mano, si te abrazan, si te dan un beso, de pronto eres el centro de atención para los inexpertos, y una burla para los que (dicen) han tenido ya a sus tiernos 13 mucha experiencia.
Bien, pues. Hoy hablaré un poco de los muchos tabúes con los que empecé a conocer a los chicos, mucho antes de mis primeras relaciones, y, aunque no parezca, al recordar estas historias, me da mucha, mucha risa, y ello lo convierte en recuerdos gratos. ¡Qué cantidad de babosadas hacemos! ¿O habré sido sólo yo?
Tenía once años… por suerte en la escuela ya se hablaba de sexo y era parte de la educación, ya sabía qué iba en dónde y que el período tarde o temprano me llegaría, aunque, en ese momento, parecía que no iba a llegar nunca. Tan era así, que siendo la más pequeña en tamaño y complexión de mi grupo, tenía la idea de que era alguna especie de mutación y que nunca me crecerían los senos, no tendría mi período y sería digna de poner en un museo : “la niña que nunca se desarrolló”.
No es que quisiera tener novio en aquella época, pero era obvio cómo los niños fijaban su mirada en las compañeras que ya empezaban a acinturarse, o que les crecían poco a poco los senos, y que usaban ¡brassiere!... sobra decir que al paso que iba, las blusitas de ropa interior de niña eran lo que mejor podía ajustarse, porque hasta los intentos de corpiños se me subían o se me bajaban…
Y también que bajo la blusa de la escuela empecé a usar playeras, para que no se notara que ni tenía curvas, ni usaba brassiere.
Bien pues, en ese momento tampoco pensaba en tener relaciones, ni en casarme, ni nada por el estilo, pero las dudas empezaban, sobre todo en cuanto al sexo opuesto. ¿Algún día iba a querer hacer algo como el amor? ¡Se oía asqueroso!
Vi “La laguna azul”… y acepto que lo primero que me pasó por la cabeza fue asco. Me costaba mucho trabajo creer que dos personas del sexo opuesto, intercambiando saliva, sudor y fluidos pudieran pasar un gran momento. ¿Pero qué tal si sí llegaba a pensar así?
Me armé de valor… y tuve la primera (y única) conversación de sexo con mi mamá. No le reclamo, pero en ese momento, me hizo sentir hasta culpable por preguntar… aunque reitero que yo ya sabía (por los libros, más que nada), sólo que vagamente tenía la esperanza de sentirme más cómoda con alguien de confianza…grave error. Tan memorable fue la absurda conversación, que prefiero transcribirla:
._ Mamá… ¿cómo se hace el amor?
(silencio incómodo acompañado de un suspiro pujante, y respuesta con voz muy cortante)._ Ya te dije que penetra ¿no?
._ Sí… ya. (no me atreví a rebatirle)
¿Qué penetraba dónde? ¿Por qué esa incomodidad? ¿Preguntaba algo que no fuera normal? ¿Era una pervertida yo? (aunque no tuviera muy claro lo que quería decir ser pervertido) ¿Por qué la había hecho enojar?
Me resigné… no toqué el tema con ella… creo que nunca más… hasta mucho después de haber empezado a tener relaciones, y no como duda, sino como plática.
Otro intento…
Estábamos en noche familiar mi papá, mi mamá, una amiguita y yo, viendo “Los años maravillosos”, que era como la hora sagrada. No se cambiaba por nada. Y precisamente era el capítulo en el que Kevin empieza con clases de educación sexual.
Mi amiguita era un año o año y medio menor que yo. Y cuando dijeron una palabra que no conocía, preguntó, sin ningún miramiento, no a mi mamá, sino a mi papá “¿Qué es la matriz?”.
Puedo describir que fue un poema la reacción de mi papá… abrió mucho los ojos, se puso rojo… y empezó a tartamudear fingiendo que no tartamudeaba y moviendo mucho las manos: “Bueno… pues, la matriz… es… como… las mujeres… tienen…así como… lo que pasa es que… explícale tú, Marilú” (refiriéndose a mi mamá), que esa vez reaccionó mejor, y dijo “es el aparato reproductor de las mujeres”, aunque María José puso la misma cara que yo con mi intento fallido de tener una plática de sexo. Se quedó muy resignada con la respuesta.
¿Qué iba a hacer? Mi amiga de la escuela… su mamá (para mi fortuna) fue demasiado explícita y práctica con ella, y le contó todo sobre las relaciones sexuales, y debo de decir que muy buena, aunque no haya platicado conmigo, porque Jimena terminó siendo (sin tener experiencia, claro), una excelente maestra teórica. Y sí… salvo por la parte gráfica, era como en los libros y en “La laguna azul”…
Pero ahora…¿Cómo sabría si un día alguien quería tener relaciones conmigo? ¿O las quería tener yo, si es que eso llegaba a ocurrir? ¿Cómo se fijaría alguien en mí, si estaba completamente carente de senos y cadera? ¿Era bueno o era malo tener relaciones? ¿Era bueno o malo casarse para tenerlas? ¿Cómo sabría quién era el “adecuado”?, como después decían en Beverly Hills 90210. ¿Cómo hacía uno para no embarazarse? Si mal no recuerdo, eso del control natal, no lo vi hasta la secundaria. Y ese temblorcito que me daba cuando estaba junto a alguien que me gustaba, en ese momento, habría sido completamente imposible traducirlo como una pequeña excitación… eran nervios, sólo nervios. ¡No sé tratar al sexo opuesto! ¡Me pongo roja, tartamudeo! ¿Qué será de mí?
A ver qué pintaba la secundaria…
Para finalizar éste texto, quisiera compartir y sugerir una película con la que me identifiqué en muchos aspectos: ¿Qué diablos es el sexo? Con el título original de Du Poil Sous le Roses (El vello sobre las Rosas), Francia-Luxemburgo, 2000. Dirigida por Jean-Julien Chervier y Agnès Obadia


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Una pequeña intro

Bueno... pues tengo 28 años, soy cinéfila, chilanga... y mi familia tiene una cucharada de muchos lugares distintos. Soy hija de artistas y tal vez por lo mismo, mi visión (ahora) sea mucho más amplia que la de muchas mujeres que son mis contemporáneas.
No quiere decir que yo sea una experta, ni mucho menos en el tema, pero a raíz de algunas contribuciones a un blog que teníamos varias personas, a la gente que leyó mis artículos, les gustaron mucho y me dejaron bastantes comentarios que me animaron a quitarme la pena y compartir las experiencias mías (y de otros) con más gente y por otro lado, o sea, aquí, porque me di cuenta de que en efecto, en pleno 2010, en la Ciudad de México, a pocos años de los treinta años, gente cercana (y no tan cercana), encuentra el sexo, como un tema tabú, malo, difícil de compartir, y que causa miles de incomodidades en muchos... nadie se atreve a preguntar nada, a expresar sus dudas, a aceptar que es algo completamente natural, y que en efecto, entre más se comparta, puede resultar más sencillo... y que si no fuera natural, no todo mundo lo haría.
Sé muy bien que leyendo esto... habrá hombres y mujeres que me tacharán de promiscua, inmoral, y en el mejor de los casos, descarada..., hombres que dirán que sería imposible que se casaran comigo, y mujeres que dirán que debería de estar en un burdel... pero creo que sólo me estoy atreviendo a hacer lo que muchas mujeres no han hecho en mucho tiempo: abrirse, compartir, expresarse.
Es un trabajo que alguien tiene que hacer y que me habría gustado mucho que a mis 13, 14 o 15 años alguien escribiera algo al respecto... y sin tapujos. Además, no en abstracción, como en alguna revista... sino en primera persona... así fue y será.
No todas las experiencias son mías, pero sí la gran mayoría. Por respeto a los "implicados", cambié los nombres y lugares de algunas situaciones y personas... sin embargo... hasta donde mis neuronas se atreven a recordar... todo lo que pasó y que ya iré contando, ha sido completamente cierto.

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